Durante el puente del 20 de julio del presente año me fui de
Camping (a lo “pobre”) de paseo con dos amigos a una de las autoproclamadas
maravillas de Colombia, con un presupuesto ajustado y una carpa de soltero que
cada vez que entraba se hacía increíblemente más acogedora.
La salida de Bogotá estaba planeada a las 10 am y se pospuso
para las 11 por un trancón de cobijas en mi casa y en la casa de mis compañeros
de viaje. Luego de salir de Bogotá y durante unas 4 horas de recorrido por una
carretera espectacular (debo admitir que la concesión de la ruta del sol está
absolutamente bien ejecutada, vías de hasta 3 carriles y sin huecos, por
llanuras y túneles, hacen que viajar de Bogotá a Medellín sea en verdad un
paseo y no una tortura llena de malos pasos), en la que al final llegamos a lo
que ahora es un parque temático y que en sus inicios era la Hacienda Nápoles,
uno de los fortines y sitios de descanso más famosos del mundo del narcotráfico
y en general de Colombia. Desde la carretera se puede apreciar la avioneta
donde Pablo Escobar llevaba sus primeros kilos de Cocaína importada desde
Ecuador y aun así esto no me escandalizó, pues sentí una cierta afinidad con
los empresarios que tomaron la hacienda y le dieron un nuevo significado.
Luego de unos 20 o 30 minutos más andando por la carretera
llegué a otro de los “hitos” históricos del narcotráfico en Colombia, Doradal,
un pueblo de paso al parecer, pero que solo después de probarlo entendí el daño
real que le había hecho alguien como Pablo Escobar al mismo. Como mencioné
anteriormente, estuve solo de “Paso” ya que no nos detuvimos en el pueblo ni a
refrescarnos porque debíamos llegar pronto al parque a armar las carpas y
decidir el cronograma del fin de semana.
Al Parque llegamos entre 5:40 y 6:00 pm y esto nos dificultó
un poco el levantamiento de las carpas, pero al final todo salió sin ningún
tipo de problema. Fue entonces cuando tomamos una decisión que cambiaría mi
perspectiva sobre Doradal y su historia para siempre. Como recién llegábamos al
sitio decidimos ir a mercar al pueblo más cercano, que era el anteriormente
mencionado, eran las 7-8 de la noche y encontrar una tienda para hacer mercado
fue más complicado de lo que esperábamos. El pueblo estaba totalmente despierto
con discotecas y Moteles con luces prendidas, algunos restaurantes abiertos y
quien lo creyera droguerías por doquier, pero tiendas de pueblo no se veían por
ningún y empecé ahí mismo a cuestionarme el porqué de tal cosa. Finalmente
luego de unos 10 minutos de caminata, porque el pueblo tampoco es muy grande,
encontramos una tienda de abarrotes que tenía todo tipo de licores y desechables,
pero de comida muy poco, nos conformamos con el atún y el botellón de agua,
además de algunos paquetes para cenar.
Al siguiente día iniciamos la exploración del parque, gusto
que compartí con varios extranjeros y muchos más visitantes que venían de
Medellín y sus alrededores. Debo aceptar que no me quejo del manjar que se
dieron mis ojos con siliconas desfilando y que fue mucho más de lo que
imaginaba y esperaba. Mujeres con brasieres y escotes a la orden del día, todas
acompañadas de su novio (asumo), que casi siempre demostraba su machismo y
malas maneras en sociedad (eructos y gases frente a su mujer mientras se reía y
decía que el guayabo estaba muy gonorrea ome!), tal vez esto me predispuso un
poco para lo que sucedería unas horas después, luego de haber explorado el
parque y el rio decidimos cenar en algún restaurante y para lo mismo elegimos
el pueblo; creíamos que allí tal vez podríamos encontrar una opción más
económica que las que ofrecía el parque y de cierta forma así fue.
Llegamos a las 8pm al parador que queda justo en el límite
del pueblo (aquel que tiene un hipopótamo deforme en su entrada), con un
presupuesto de 25 mil pesos colombianos para una cena de 3 personas y por esto
mismo decidimos que una buena opción sería ir a un asadero y comprar un pollo y
dividirlo entre tres. Y fue así como iniciamos una búsqueda que no daría frutos
en cuestiones alimenticias pero que si me mostraría mucho más del pueblo y que
respondería a manera de Insight las preguntas con las que venía del día anterior.
Decidimos buscar el susodicho asadero (asumiendo que como en cualquier otro
pueblo habrían varios al alcance de nuestro presupuesto). En esta búsqueda
conocimos el centro del pueblo y su iglesia, asimismo descubrimos que existen 3
droguerías por cada dos cuadras y un
relativo de 6 y 5 discotecas por km cuadrado del pueblo, cada una con su
respectivo motel al lado, en este momento empecé a malpensar un poco sobre la
idiosincrasia del pueblo, pero no profundice en el tema. Luego de caminar
durante unos 30 minutos terminamos regresando a la carretera y entrando a un
sitio de pizzas llamado Bambino´s Pizza. Totalmente rendidos por la frustrada
búsqueda del asadero nos sentamos en la primera mesa que encontramos y
decidimos hincarle el diente a una porción de pizza del sitio. Desde que nos
sentamos hasta que nos atendieron pasaron unos 20 minutos, para lo cual uno de
mis compañeros tuvo que levantarse y hablar con una de las meseras del sitio;
acto seguido revisamos la carta y cuando quisimos hacer el pedido ya no estaba
la persona a nuestro lado. Luego de un sinfín de señas apareció una persona
distinta que de cierta mala gana nos preguntó que queríamos comer, en ese
momento yo cerré la carta y le dije: Quiero una pizza de Salami con pollo; pero
cual sería mi desdicha cuando moví mi cabeza y me di cuenta que de nuevo el
mesero había huido de nuestra mesa. Cinco minutos después volvió a aparecer
esta vez con una libreta en la mano y repetí mi pedido. Acto seguido el mesero
me miro a los ojos y con cara seria me dijo:
-Voy a revisar que pizzas hay porque no sé.
Sin importar mi cara de asombro volvió a desaparecer entre
las mesas y se acercó a lo que creo era la caja y casi de manera inmediata
volvió para decirnos que solo había pizza hawaiana, que si queríamos de alguna
otra debíamos pedir una pizza mediana o grande por lo que decidimos pedir una
pizza mediana de Pollo y Champiñones para los tres. El mesero nos miró y
respondió de manera algo despectiva:
-
Bueno pero se les demora unos 20 minutos.
Asentimos a la vez todos los miembros del grupo y nos
dispusimos a esperar, luego de 40 minutos de espera, en la que vimos entrar y
salir personas por la misma razón, cansancio de esperar y tal vez más ganas de
ir a alguno de los “rumbeaderos” y moteles cercanos. Justo en ese momento
regresó nuestro mesero para hacernos una pregunta con cierta malicia implícita:
-
Su pizza aún se demora unos 20 minutos, ¿van a
esperar o…?
La cara de los tres fue la misma, entre la sorpresa y el
enojo asentimos; el mesero entonces vio llegar un par de camionetas de la cual
se bajó un hombre vestido de camisa y pantalón con la que creo era su esposa y
tres hombres más. En cuanto los vio corrió a limpiar su mesa y a mostrarles el
menú y fue en ese momento que nos golpeó, la realidad del pueblo al fin llegaba
a nuestra visión de visitantes: el mesero no era sencillamente malo, no era un
pésimo establecimiento, era la cultura en general del sitio. Ahí nos dimos
cuenta del daño que había hecho pablo Escobar 20 años atrás, les quito de su
mente la idealización del trabajo y de lucha, convirtió a Doradal en su Chochal
privado, su pueblo de bacanales y al hacerlo destruyo todo lo que pudo a su
paso. Doradal es un pueblo lleno de moteles y restaurantes porque se siente así,
sus habitantes (hablo desde el desconocimiento que dan solo tres días de
visita) se sienten parte de ese tipo de sociedad, por lo mismo no se interesan
en explotar su posición estratégica, no solo frente al cañón sino en la
carretera, se acostumbraron a ser el
sitio que ofrece el trago, la rumba y las putas, pero de ahí no salieron, a
pesar de la muerte de Pablo (quien aún es el santo de devoción del pueblo).
Lo peor no era solo eso, Doradal no es un caso aislado, la
cultura narco ha calado tanto en la sociedad antioqueña que exacerbo ciertos
tipos de conductas en sus mujeres y hombres. El sueño de ser gatillero y
empezar a escalar en la pirámide criminal sigue siendo el “colombian dream”,
asimismo es el ponerse tetas y operarse toda para levantarse al susodicho
lavaperros y agarrarlo verdecito, o apuntarle al capo y esperar que se enamore,
todo dentro de la misma sociedad. Y es que esta cultura narco no nos toca solo
en el centro del país, en Cali, Bogotá, Pasto, Barranquilla y todas las
ciudades donde han pasado tiempo los narcotraficantes y sus dólares llenos de
sangre han manchado a la sociedad colombiana, nuestra pseudo nobleza criolla se
encuentra tan untada de criminales que ni siquiera ellos son capaces de apuntar
con el dedo, solo el de a pie es el que vive limpio. Casos como los del
“papero” y el club el nogal pululan por nuestra sociedad que de cierta forma
los adula y sueña con ser como ellos; es por eso mismo que no me extraña que
una persona con vínculos cercanos al cartel de Medellín y a los paramilitares
haya sido presidente y reelecto. Es tan triste nuestra idiosincrasia que de
cierta forma todos somos como el mesero del restaurante estamos esperando aquel
personaje lleno de dinero para, ahí sí, demostrar nuestra valía, y apuntarnos
en una carrera hacia el éxito fácil y sin esfuerzo.
La mentalidad enana que dejaron los narcos en nuestro país
es lo que ha explotado en nuestras caras miles de veces, la misma que nos ha
mantenido en una guerra durante más de 50 año, que ha llevado a masacres y que
ha mantenido en el poder a cierto grupo, el narcotráfico nos hizo un daño
terrible, el daño terrible que hace la plata fácil a quien se acostumbra a
obtenerla de esa forma. Y es que el facilismo colombiano no es algo de que
enorgullecerse, sino algo que deberíamos erradicar, pero debido a su inmediatez
y a la falta de visión nos ha llevado a mantener dentro de nuestra cultura
cosas vergonzosas como orgullos patrios.